martes

Máscaras


Entre los que danzaban, agitando al viento las coloridas telas de los disfraces, ella lo vio.

En realidad lo que vio fue la máscara que coronaba el elegante disfraz. Una más, entre tantas. Una más, perdiéndose en un océano de máscaras.

El (¿o su máscara?), sonreía, entre los perfumes que arrojaban los que festejaban el carnaval en las calles de la antigua Venecia.

Avanzando entre la gente que parecía olvidarlo todo esas noches, excepto el festejo y la locura, ella sentía las manos que sujetaban su vestido, invitándola a bailar, invitándola a unirse a ese tiempo encontrado en medio de la vida para dejar atrás las preocupaciones. Como un tiempo fuera del tiempo, un tiempo en el que podemos no ser más nosotros mismos. Se unió al baile, entonces, echando una última mirada a esa máscara sonriente, perdiéndose luego en ese océano de voces, perfumes, sudor y música.

Mirando a su alrededor, ella se preguntó qué le impedía adivinar quién era quién había escogido cada disfraz. ¿Nuestras elecciones no nos muestran a los otros? ¿El lugar que escogemos para escondernos, la máscara que elegimos, lo que decidimos mostrar no está describiendo de algún modo lo que no mostramos?

¿No elegimos las máscaras, mostrando con nuestra elección una parte de quienes somos?

Allí, detrás de lo que se mostraba, claro, como la luna del carnaval, estaba lo que se ocultaba, asomado en los ojos espigados de la elegante máscara.


jueves

La cantante de jazz



El público iba y venía por las calles de Chatanooga. La miraban, sonreían al oirla y si era un buen día, le daban una moneda.

El escenario, polvoriento y enmarcado por las casas pobres, no era el ideal, pero la miseria no entiende de caprichos de artista.

Cantar, para comer.

Lo más increíble, es que quienes pasaban y en silencio oían una o dos frases de algún viejo blues, no sabían, y quizá no lo sabrían nunca, que estaban escuchando a quién sería una de las más admiradas cantantes de jazz del mundo. Porque todos somos quienes fuimos y quienes seremos también. La niña, ya era la exitosa cantante que salvaría de la quiebra a una compañía de discos, la mejor artista negra paga de la época, la apasionada emperatriz del jazz... simplemente, el mundo aún no se daba por enterado.

(¿Nos cruzamos con la belleza más sublime en una esquina y porque no es el lugar lógico para encontrarla no la notamos?)

Por el momento, solo era una niña negra, que no sabía exactamente su edad, que pasaba hambre, que andaba descalza, que regalaba sus canciones por unas monedas.

Más adelante llegaría el éxito, y el alcohol, y el amor y el descontrol. Una vida normal, en resumen, excepto por el talento especial para erizar la piel de quienes la oían cantar.

Más adelante aún, llegaría un accidente, la negativa de un hospital a atender a un paciente negro, la prematura muerte, la tumba sin lápida hasta muchos años después.

Pero ahora es solo una niña, en una esquina, cantando.



(foto, Bessie Smith)

miércoles

Cadenas



"¿Quién soy?"
Alcanzó ella a preguntar, cuando las cadenas frías la acariciaron como una lengua metálica y lúdica.

¿Quién soy?
Dentro de este universo delimitado por la extensión de los eslabones que restringen el movimiento, y que lo liberan con engañosos cálculos.

"Sé quién desees, sujeto al tiempo, al espacio, a las reglas del juego", dijo la metálica lengua.

Nos hemos sumergido una vez más, en ese juego de atarnos a nosotros mismos.

"Tu sabor no es menos real que lo que saboreamos en los sueños y el sabor de los sueños no es menos real que el tuyo. Si te vas no podría seguirte, sin embargo, no te vas", dijo ella.

Atada comprendió que los eslabones de la cadena estaban entreabiertos, y lo sabía, como se saben instintivamente todas las cosas realmente importantes.

Pero se aferró a sus cadenas.


lunes

Juegos: El romanticismo


Laura quedó obsesionada con una historia que escuchó hace un tiempo:

Un chico vió a una muchacha en el subte de Nueva York. Trata de acercarse a ella, entre los numerosos pasajeros que se interponen entre él y el que ya sabe el amor de su vida . Pero antes de que la alcance ella desaparece.

¿Acaso él se resignó a soñarla? No. Ese mismo día abrió un sitio en internet para buscarla. Y la encontró.

Ese era el amor que ella quería. Carmen, en cambio, a la que no le gustaba esa idea del romanticismo, se rió de la historia y del final que consideró casi lógico: ese amor a primera vista, exaltado por el entorno que se emocionó por los detalles particulares del caso (como si todo romance no tuviera ese toque de suerte, voluntad y casualidad) terminó con un obvio fracaso.

Carmen no se creía romántica, o al menos, no con el romanticismo de su amiga. El hombre ideal de Laura era un caballero andante, que le regalara flores, que la escuchara, que la "cuidara como a una princesa", que fuera trabajador (pero no demasiado como para descuidarla), y sociable (pero que los amigos fueran mucho menos importantes que ella), y así, una larga lista que dejaba afuera a casi todos los hombres que la rodeaban.

Para Carmen, todas esas supuestas virtudes en los caballeros anhelados por su amiga, eran las mismas que provocarían una ruptura ni bien el primer enamoramiento pasara. Le preguntó, exagerando burlona los requisitos solicitados, si no llegaría a detestar a ese ser que según su descripción, devastaría los rosales del mundo solo para cortejarla día a día, que provocaría tiroteos en el barrio cuando la despertara cantándole serenatas bajo su ventana, y que la haría aumentar varios kilos atosigándola con bombones.

"Pedimos cosas que vamos a odiar, solo porque creemos que lo que no tenemos es lo mejor. Sos una mujer inteligente, ¿por qué deseas esas tonterías de telenovela? El día que me veas corriendo hacia un hombre como en la escena final de alguna película de Hollywood, es porque tengo un arma en la mano, y voy a matarlo", decía Carmen mientras tomaban un café en un bar, dejando pasar las horas, y volviendo a discutir el mismo tema, cuando se aburrían de criticar a los compañeros de oficina y a las hermanas y primas de alguna de las dos.

Pero ese día, Laura se había aburrido de las risas de su amiga: "¿Así que es tonto el romanticismo? A mí hay otra idea del romance que me molesta más: los que creen que el único amor verdadero es el que hace sufrir. Los que ven como algo ideal un amor secreto, encontrarse a escondidas, disimular las llamadas telefónicas, como si estuvieran robando el amor... No sé por qué mi idea del romance es más tonta que la tuya..."

Y Carmen se quedó en silencio, y pidió una porción de torta de chocolate.

jueves

Juegos



Desvanecerse después del amor, es una extraña sensación, que siempre le había quedado bien, como un vestido hecho a medida, como si ella, o esa parte de ella, solo existiera entre esas cuatro paredes, en la cama amplia y blanda.

Al principio, todo era normal. Una relación más. Un juego más. Ella no pretendía existir en otro lugar para él, al contrario, la idea era confinarlo y confinarse, a un horario establecido, a un espacio firmemente demarcado. Existís, mientras me das placer.

Pero luego algo cambió. Por primera vez, tuvo conciencia de la existencia de la otra. No sabía de donde nacía la curiosidad por quien andaba de la mano de él por la vida. Nunca la había sentido antes.

Quizá, como un juego, él le habló de su esposa. Sin culpas, sin escrúpulos, sin bronca. Una sola vez, malhumorado, se quejó de una discusión y dejó entreabierta la puerta para que ella imaginara conflictos, pero nunca mintió sus intenciones, ni habló de posibles separaciones, como otros habían hecho antes, provocándole exclusivamente risas y vergüenza ajena.

Durante un tiempo, la idea de ser la que sabía, le alcanzaba para sentirse única.
El conocimiento da esa sensación de poder, de autoridad. Ella, sabía. La otra, no.

Al mismo tiempo, la otra (que curioso, en realidad, ella era la otra, pero ella no podía pensar en sí misma como en la otra, porque ella, era ella) tenía el poder real porque para todos, existía. Ella, como siempre había querido, se desvanecía en la vida de él, ni bien le daba el beso de despedida.

(continúa la semana que viene, algún día, o no, quien sabe, probablemente sí...)

martes

Celos

Cuando la madre le preguntó por qué le había tirado de las trenzas a Sofía, él solo dijo que estaba enojado.

"¿No la querés a Sofía? ¿Por qué la hiciste llorar?, insistió la madre, y lo castigó, ordenándole que se quedara en el dormitorio, mientras los demás seguían jugando.

A medida que subía la escalera, con pasos que suspiraban de pena en cada escalón que lo alejaba de ella, escuchaba que su madre la consolaba, secándole las lágrimas que caían de esos ojos para los que él creía que no existían suficientes palabras hermosas en el mundo capaces de describirlos.

¿Cómo explicarle ahora a su amiga, que no era por bronca, que le había tirado de las trenzas, todo lo contrario, que simplemente él no soportaba verla jugando con otros niños?

Y para terminar de hacer insoportable el castigo, antes de cerrar la puerta del dormitorio, vio que Gastón, todo un caballero, aprovechando la equivocada jugada de su rival, se acercaba a Sofía con un vaso de jugo, y le acomodaba el moño en la trenza, diciéndole que él nunca iba a lastimarla.

domingo

Lenguajes


Según la unesco un lenguaje del mundo desaparece, en promedio, cada dos semanas.

"Es como tirar un Picasso por el retrete cuando se permite que una lengua muera. Una maravillosa cultura moriría con ella,” dijo Roger Blench, experto en lenguas africanas.

África alberga un tercio de los más de 6000 lenguajes del mundo.

Pienso en todas esas palabras perdidas.

Hay una música especial que se pierde para siempre, cuando un lenguaje desaparece. En cada acento, en cada letra que agrupada en cierta forma, describe un pájaro, una mesa, una montaña, está la historia de como ve esa cultura al pájaro, la mesa y la montaña.

En Senegal hay diez palabras en la lengua diola, para nombrar el arroz común. Si esa lengua, por ejemplo, desaparece, con ella desaparecerá toda esa cultura que ha de haber descripto al arroz de una forma única, y que ya no conoceremos.

¿Sabrá quién la dice por última vez, que esa palabra nunca más será pronunciada?

¿Sonará diferente, consciente ella misma, de que nunca más será dicha? ¿Se deslizará, humilde hasta los últimos oídos que la escuchen y sencillamente, se dormirá en el aire?