miércoles

Sobre cruces infinitos...



Dicen que hay un punto atractor que nos empuja desde adelante. ¿Deberemos creer eso, y dejarnos llevar? Alguna vez nos cruzamos, y temo no haberte visto. ¿Cómo pudo ser posible? El universo es tan grande en su infinita pequeñez. Sospecho, entonces, que nos cruzamos y no te vi. Yo miraría, cómo siempre, algún punto que nadie más mira: el elegante hierro retorcido de alguna reja en una ventana, un reflejo en el vidrio de esa ventana o en un charco (me gusta más ver el reflejo que lo que lo produce), una mariposa escondiéndose en una flor, un pájaro... Se cuán difícil es, además, reconocer lo que ha sido visto antes, pero sin estos ojos. Hay al menos dos clases de antes: antes, ese tiempo pequeño que podemos recordar y un antes infinito, que nos asusta y escondemos en universos paralelos.
En algo infinito en tiempo y espacio, todas las posibilidades deberían hacerse realidad. Vamos a cruzarnos muchas veces... Y alguna vez las miradas se encontraran y repentinamente, recordaremos.

sábado

Camino sin ojos



El camino existe y no tiene ojos.
Sabe, el camino, que no ve y entonces, nos mira.
y adivina nuestros pies, nuestra prisa.
Percibe todo lo que ve sin ojos.
Todo lo que no necesita luz para saberse iluminado.
Sabe, el camino, que está luchando en silencio
como luchan las lunas oscuras,
como luchan los rincones en penumbras.
Sabe el camino que necesita estar consciente
del lugar en el que descansa
para sin ojos, no perderse.

Azul


A veces recuerdo en azul.
Todo es cielo, 
todo es mar azul,
todo estrellas azules.
Los otros colores no se rinden,
sólo son seducidos,
alzan sus manos coloridas 
y ríen al verlas azules.
Y sueño en azul también,
bosques enteros,
ciudades enteras...
Y se me quiebra el corazón
al oír voces tan azules,
notas tan azules... 

jueves

Flores de lavanda




Alguna vez, para mí, la lavanda no tuvo nombre. Las cosas van adquiriendo su nombre mientras los niños van creciendo. Me gusta pensar en ese momento en el que las cosas pasan de ser sólo lo que vemos a ser además una palabra que las define. Es curioso, me gustan las cosas sin nombre que deben describirse para ser reconocidas, y me gusta el nombre de las cosas.
En mi caso la lavanda adquirió su nombre cuando alguien robó una flor de un jardín para obsequiármela. La única razón por la que fue escogida para ser robada para mí, por sobre rosas o jazmines, fue que sobresalía de la reja de la entrada de la casa hacia la calle. Pero cuando la tuve en mis manos supe que las lavandas y yo seríamos amigas para siempre y de haber escogido, la habría escogido a ella.
Las flores tienen un espacio interesante en mi vida. Las miro, las admiro, si puedo, las fotografío. Las lavandas son elegantes, altas, perfumadas. Se llevan bien con las margaritas (mis otras flores predilectas), y comparten alegremente los canteros. Y alguien, alguna vez, robó una flor de lavanda, sólo para regalármela.