lunes
La cellista
Ella no lo veía. Cerraba los ojos, parecía lejana, inalcanzable para todos, pero especialmente para él, uno más, entre tantos espectadores embrujados por los suspiros de su violoncello.
Ella no lo veía. Inclinaba la cabeza, con una semisonrisa en sus labios, envuelta en la música que le formaba alas de color en la espalda, que le rozaba el vestido haciéndole caer la manga dejando ver el terso hombro, que él no hacía tanto tiempo había besado.
El era uno más en el teatro en tinieblas. Uno más sentado en el incómodo asiento, pero a diferencia de los otros, que también bebían la música y la belleza de la mujer, él la había tenido en sus brazos, había oído palabras de amor de esos labios húmedos, la recordaba riendo, a un costado de la cama, practicando melodías con el cello, que ocultaba apenas la desnudez tibia.
La belleza de la música lo enredaba con brazos traicioneros. La última nota se apagó con un leve aleteo. Ella se puso de pie, y todos la imitaron, aplaudiéndola. El era uno más, invisible en el medio del teatro, ahí, en ese punto exacto en el que ella no miraría. Saludaba con la misma elegancia apenas indiferente de siempre. "Yo amé a esa mujer", se dijo él, convenciéndose de pensar en pasado, porque debía ignorar el escalofrío al ver anunciado el nombre en grandes letras en el teatro. Tenía que convencerse: era el frío el que hacía que le temblaran las piernas mientras avanzaba por el pasillo entre los asientos avejentados, y más aún al verla caminar por el escenario, con el hermoso cello aferrado firmemente (para ocultar los nervios, como si el instrumento la sostuviera)
Ella agradeció un ramo de flores que una niña le alcanzó tímidamente. Algunos hombres arrojaban flores al escenario, blancas rosas, rojas rosas que ella agradecía, sin mirarlos.
Ya salía del escenario, aún saludando, agradeciendo, sonriendo. El se adelantó, empujado por el súbito pánico de que desapareciera de su vista. Empujó a otros espectadores, también embrujados por la maga que los ignoraba. El era uno más, entre todos, intentando alcanzar uno solo de los besos que ella lanzaba al aire, besos sin destinatario...
El alzó un brazo, gritó su nombre, gritó el apodo con el que la llamaba, intentando aferrarse al fantasma burlón que se reía en su oído.
Y entonces, ella lo vio. Se quedó inmóvil, sorprendida de verlo, como si lo hubiera estado esperando, sin esperanzas. El fantasma inalcanzable lo miraba, como si todos los otros no existieran.
Los dos sonrieron. Un puente se alzó hasta aquellos días y él dejó de ser uno más, para ser él, de nuevo.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Que suerte que terminó bien GRACIAS!!
ResponderBorrarBesos
jaja
ResponderBorrarDe nada, Lux. Beso.
Precioso, marcela. Una historia maravillosamente bien contada, llena de emoción y de intriga. ¿Él no podía ser verdaderamente él sin ella? Un abrazo enorme.
ResponderBorrarLlena de detalles muy delicados y sutiles esta historia, muchas sensaciones lindas al leerla.
ResponderBorrarBesito grande.:-)
Precioso Marcela, lo describes de tal manera que puedes transportarte a ese momento en ese tarro en penumbra!!!.
ResponderBorrarSi te pasas por Le Boudoir, hay unos regalitos esperando que los recojas.
Un besazo
Lo vi todo, ¡Hermosas imagenes! Y romantico fin
ResponderBorrarSaluditos
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
ResponderBorrarme ha encantado tu cuento y la manera en que lo relatas, por un momento pude dibujarme todas las escenas en mi cabeza al pie de la latre
ResponderBorrarExcelente, y sigue asi (:
Tambien lo vi.... gracias!
ResponderBorrar