sábado
Caminar bajo la lluvia
Las ráfagas de viento volvían el refugio inútil, y al paraguas más aún. Desde chica, le habían enseñado que no debía mojarse con la lluvia. La voz de su madre y de su abuela, gritaban desde el pasado augurando resfríos y pulmonías.
Mirando a su alrededor, notó que nadie caminaba bajo la lluvia. Todas las madres y todas las abuelas habían entregado durante siglos esa enseñanza imprescindible. Bajo los precarios refugios (o sea, los toldos de los comercios) se agolpaban otros sorprendidos por el cambiante clima del otoño.
Eran las nueve de la mañana y muchos, quizá la mayoría, mostraban en sus rostros las expresiones de quienes se dirigían a sus puestos de trabajo, o a realizar trámites.
El chaparrón se había desencadenado inesperadamente. Los que no habían conseguido un buen puesto bajo los toldos, quedando apenas expuestos a las traicioneras gotas, tapaban con sus brazos las carteras, maletines o carpetas. Ella, en otro momento, los hubiera considerado poco previsores, porque siempre tenía su pequeño paraguas en el fondo del gran bolso en el que llevaba todo lo que pudiera necesitar. Su madre le había enseñado a ser previsora. Pero con ese viento, previsores e imprudentes se veían en igualdad de condiciones, porque el paraguas de nada servía, y ella lo tenía cerrado en su mano, y se apretaba bien contra la pared, sosteniendo firme el bolso y defendiendo la preciada posesión de su espacio frente a los otros refugiados en el mismo toldo.
Cuando somos niños, hacemos muchas preguntas. Ella recordaba que hacía muchas preguntas cuando era pequeña: ¿qué pasaría si el sol un día no salía? ¿Qué pasaría si en vez de agua le echaba a las plantas fanta naranja? ¿qué pasaría si teñía de verde a su gato? ¿qué pasaría si en vez de dormir de noche dormían de día y los chicos iban al colegio a la madrugada? Recordaba que su madre le decía que ella era inteligente, y que debía aprender a no hacer preguntas tontas.
Y lo había aprendido, claro. Ya no hacía preguntas tontas. Ni hacía tonterías. Hacía listas, en cambio, para organizar las horas de trabajo y también para su vida familiar, porque su madre decía que una vida organizada era la clave del éxito.
Caminar bajo la lluvia no estaba en ninguna lista. Extendió la mano y sintió las gotas resbalando por la piel. Unos chicos con uniformes escolares, pasaron corriendo. Reían y saltaban los charcos, divirtiéndose bajo el agua. Eran los únicos que no tenían el mal humor en sus rostros. Indudablemente sus madres y abuelas y profesores los retarían por la ropa mojada. Seguramente se resfriarían y tendrían dolor de garganta...
Ella rió al verlos. La edad los disculpaba.
¿Qué pasaría si ella caminara bajo la lluvia? preguntó en su mente, la niña entonces, cruzándose de brazos. Sola había decidido que su gato era lindo así de marrón y que no hacía falta teñirlo de verde. Sola se había dado cuenta de que el colegio estaba cerrado de noche, sola se había convencido de que el sol saldría por que sino se aburriría escondido en el horizonte... pero por más que pensara no descubría que pasaría si caminaba sin apuro, por decisión propia, bajo la lluvia.
Porque había caminado otras veces, alguna cuadra, corriendo molesta porque se le mojaba la ropa, pero nunca había intentado disfrutarlo.
¿Qué pasaría si...?
Y dejando atrás las recomendaciones, las listas, las organizadas horas, le entregó el paraguas a una anciana que peleaba con su perrito, que había visto interrumpido su matutino paseo y cuya madre canina indudablemente no le había advertido los riesgos de caminar bajo la lluvia (insistía con cortos ladridos en continuar paseando), riesgos que ahora la señora le enumeraba como hablando con un niño.
Y ella entonces, ya sin el molesto paraguas, sonriéndoles a quienes se quedaban esperando al sol que los rescatara, como quien se entrega a un amante, con esa confianza que olvida los titubeos, escapó al refugio opresor, y se ofreció a los brazos de la lluvia.
(Habrán notado que en la foto que ilustra el texto, la persona utiliza un paraguas para caminar bajo la lluvia... simplemente ignoren el paraguas. Esa foto ya estaba guardada y no encuentro otra que me guste. Muchas gracias)
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Marcela no me cabe la menor duda que ese es el tipo de mujer que me gusta, una que sea capaz de caminar bajo la lluvia porque le gusta, ojalá cuando ella sea grande yo pueda conocerla.
ResponderBorrarEsa es una señal, y vale mas que mil palabras.
Besos
Lux: Sí que es lindo caminar bajo la lluvia y es triste pensar que si nos agarra un chaparrón en la calle, corremos, ni nos tomamos el tiempo para intentar disfrutarlo.
ResponderBorrarSeguro que ella también va a querer conocer a alguien que aprecia sus gustos.
Besos.
Precioso texto. Una historia para releer, en días de lluvia y cuando brilla el sol también.
ResponderBorrarBesos.
Gracias, Mariela. Un beso.
ResponderBorrarmiércoles por la tarde terrible tormenta en santelmo y yo caminando por garay fué lindo aunque al llegar a cas hbe de metemerme en un ko-i-noor
ResponderBorrarun beso
Yo creo que la lluvia redime. Cuando uno está que cree ya no puede soportar mas, nada mejor que un paseo bajo la lluvia, sin paraguas.
ResponderBorrarDejar que el agua corra desde la cabeza, cuesta abajo y se lleve todo el mochilaje pesado.
Paz y quietud.
Besos Marcela, bonita entrada.:-)
Aplausos para esa chica que decidió olvidar el paraguas.
ResponderBorrarEs tan hermoso sentir la lluvia.
Besos linda.
A mi me gusta sentirme bajo la lluvia cuando no hace frío y paseando por la orilla de la playa... ¡Cuánto la disfruto!
ResponderBorrarUn besito preciosa y feliz semana
Ariel: Pero lo disfrutaste, en vez de lamentarte por empaparte. Eso es lo que ella aprendió.
ResponderBorrarAdrianina: Creo que algo de eso hay también. Además de sentir que no nos para un poquito de agua...
Clarice: Aplausos, sí... Ella los merece. Echó a la basura muchos prejuicios de su pasado en ese solo gesto. Muchas prohibiciones ridículas...
Carmen: Yo también disfruto eso. Y no siempre lo hago...
Besos y gracias