Permaneció inmóvil, durante horas. Sintió en su piel el frío y el hambre. Las disfrutó, como signos inequívocos de que estaba vivo. Intentaba no pensar, porque pensar significaba analizar la realidad, más allá del sujeto obedeciendo normas. Pensar equivalía a saber que estaba bien y que estaba mal, sin necesidad de leyes que se lo dijeran.
Se concentró en su odio. Lo pintó de distintos colores. Lo acunó como a un niño. El odio le había dado una razón de ser y debía amarlo, como se ama a un hijo.
Permaneció inmóvil, durante horas. Estudió cada rincón de su escondite. Le puso nombre a las hormigas. Acarició el musgo que crecía entre los húmedos ladrillos. La suavidad lo hizo temblar de emoción. Sonrió al ver a un ave aletear en el pequeño resquicio de cielo que quedaba a su vista.
Cerca de las seis, escuchó el auto llegar. El portazo indicó que El ya estaba en el lugar indicado. Esperó y contó los pasos, como los había contado varios días. Sabía que tendría una sola oportunidad. Sabía que no podía cometer errores. Empuñó el arma y salió del escondite.
Me gusta mucho: directo y lleno de sentimientos y de imágenes que hacen innecesario añadir nada más.
ResponderBorrarMuchas gracias Francisco. Su comentario es muy apreciado. Saludos
ResponderBorrar