El Guía nunca había mentido. No había necesitado hacerlo. ¿Por qué mentir cuándo no hay nada que ocultar, ni nada que fingir?
La tribu confiaba en él y nadie dudó de sus palabras. La hechicera había muerto. La muerte era natural, tanto como las hojas secas de otoño y el hambre y el frío en el invierno. El Guía había preparado solo el cuerpo, y lo había enterrado en una simple tumba al pie de la colina. El, como líder natural de la tribu estaba capacitado para hacerlo. Nadie ponía en duda la integridad del Guía, ni sus motivos.
Esa confianza, que le daba margen para actuar tranquilo, también lo avergonzaba. El sabía que ella, probablemente merecía mucho más morir que los que habían muerto bajo su daga ritual, pero saber ciertas cosas no hace que sea más fácil digerirlas. Varias noches soñó con la anciana. El arrugado rostro no tenía miedo, como no lo había tenido cuando él había regresado a asesinarla. "Entre el dios y tu hijo, elegiste a tu hijo, ¿podrá él detener las nevadas, las lluvias y los vientos? ¿Podrá derrotar a la noche?" Y el Guía despertaba, transpirado y agitado, casi llorando de miedo, por él mismo y por la gente, que dormía tranquila en sus cabañas. Pero entonces, se arrastraba unos pasos hasta donde dormía el niño, y realmente, la noche parecía desvanecerse, cuando se inclinaba y le besaba la frente.
La segunda parte de la historia!... Interesante. Espero más relatos sobre este tema.
ResponderBorrar¡Gracias Huber! Va a haber más cuentos sobre el Guía, (si las musas quieren). Besos.
ResponderBorrarMaravillosa historia, contada con maestría y las palabras justas. Incluso el haber leído la segunda parte antes que la porimera me ha obligado a una sorprendida relectura.
ResponderBorrarSaludos
Siempre tan hermosos comentarios. Gracias, pancho. Saludos.
ResponderBorrar