Hay días (muy pocos) en los que quiero mudarme a las páginas de un libro de Jane Austin o Charlotte Brontë.
Si alguien que me conoce escuchara esto, probablemente se sorprendería. Tengo fama de no ser una persona muy romántica y me he burlado de algunas descripciones de los romances anhelados por muchos, del mismo modo que he hecho conocer mi opinión negativa sobre la mayoría de las comedias románticas o telenovelas, en las que a mi gusto se destroza la visión del amor en una sucesión de escenas tontas. Y el amor puede ser muchas cosas, pero nunca puede ser tonto.
Todo este pensar y repensar el amor, comenzó cuando me di cuenta de que no podía calcular cuantas veces leí Orgullo y Prejuicio (ni cuantas veces vi la película Orgullo y Prejuicio) o Jane Eyre (libro, películas, miniseries...) y me pregunté si eso me transformaba, aunque yo no quisiera, en alguien romántico. ¿La cantidad de libros leídos de Jane Austin o Charlote Brontë impacta en el índice de romanticismo de quien los lee? ¿Alguien que no es romántico puede disfrutar de Cumbres Borrascosas? Es más, ¿puede alguien autodenominarse romántico si no leyó al menos un libro de las dos autoras nombradas?
Lo más increíble de todo este desvarío es que no creo que me sintiera demasiado impresionada en la vida real por uno de esos caballeros que habitan la literatura (excepto Mr Rochester, él está fuera de toda discusión) y gestos exageradamente románticos nunca han sido esperados por mí de parte de mi hombre ideal. Me gustaría ir a París para conocer el Louvre, por ejemplo, pero la idea de la propuesta de matrimonio en la Torre Eiffel o cualquier otro sitio de esa ciudad símbolo del amor, me resulta absurda. Y en realidad, no tengo que ir tan lejos como París para descartar de mi vida imágenes que nos enseñaron desde siempre a reconocer como románticas: nunca escribí mi nombre y el de mi amor en medio de un corazón en el tronco de un árbol, por ejemplo, ni hice el amor rodeada de flores y velas, ni en la playa a la luz de la luna, y no es algo que me moleste, al contrario, porque toda esa iconografía es, a mi gusto, falsa.
Porque el gesto romántico, debe ser eso, un gesto, algo personal, no prefabricado, ni heredado o impuesto. ¿Hay algo menos romántico que San Valentín? ¿Recibir un regalo ese día específico es lo que las mujeres esperan? ¿Qué hay de romántico en festejar un aniversario? La rosa única e inesperada es romántica, no el ramo en un cumpleaños. Todo lo otro es agradable, en el mejor de los casos, pero se hace porque se debe hacer, porque sino el romance parece inexistente, cuando en realidad, el romance comienza a existir en el impulso inevitable, no en la copia.
Afortunadamente, estos breves diálogos prueban el nivel de romanticismo de mi vida cotidiana cuando cierro las tapas de los libros:
yo: Creo que somos almas gemelas.
él: No son ni primas lejanas nuestras almas.
yo: Tengo suerte de tenerte.
él: Pero la suerte de todos siempre cambia.
Algunos días, sin embargo, me gustaría mudarme a las páginas de un libro de Jane Austin o Charlotte Brontë.
Todo este pensar y repensar el amor, comenzó cuando me di cuenta de que no podía calcular cuantas veces leí Orgullo y Prejuicio (ni cuantas veces vi la película Orgullo y Prejuicio) o Jane Eyre (libro, películas, miniseries...) y me pregunté si eso me transformaba, aunque yo no quisiera, en alguien romántico. ¿La cantidad de libros leídos de Jane Austin o Charlote Brontë impacta en el índice de romanticismo de quien los lee? ¿Alguien que no es romántico puede disfrutar de Cumbres Borrascosas? Es más, ¿puede alguien autodenominarse romántico si no leyó al menos un libro de las dos autoras nombradas?
Lo más increíble de todo este desvarío es que no creo que me sintiera demasiado impresionada en la vida real por uno de esos caballeros que habitan la literatura (excepto Mr Rochester, él está fuera de toda discusión) y gestos exageradamente románticos nunca han sido esperados por mí de parte de mi hombre ideal. Me gustaría ir a París para conocer el Louvre, por ejemplo, pero la idea de la propuesta de matrimonio en la Torre Eiffel o cualquier otro sitio de esa ciudad símbolo del amor, me resulta absurda. Y en realidad, no tengo que ir tan lejos como París para descartar de mi vida imágenes que nos enseñaron desde siempre a reconocer como románticas: nunca escribí mi nombre y el de mi amor en medio de un corazón en el tronco de un árbol, por ejemplo, ni hice el amor rodeada de flores y velas, ni en la playa a la luz de la luna, y no es algo que me moleste, al contrario, porque toda esa iconografía es, a mi gusto, falsa.
Porque el gesto romántico, debe ser eso, un gesto, algo personal, no prefabricado, ni heredado o impuesto. ¿Hay algo menos romántico que San Valentín? ¿Recibir un regalo ese día específico es lo que las mujeres esperan? ¿Qué hay de romántico en festejar un aniversario? La rosa única e inesperada es romántica, no el ramo en un cumpleaños. Todo lo otro es agradable, en el mejor de los casos, pero se hace porque se debe hacer, porque sino el romance parece inexistente, cuando en realidad, el romance comienza a existir en el impulso inevitable, no en la copia.
Afortunadamente, estos breves diálogos prueban el nivel de romanticismo de mi vida cotidiana cuando cierro las tapas de los libros:
yo: Creo que somos almas gemelas.
él: No son ni primas lejanas nuestras almas.
yo: Tengo suerte de tenerte.
él: Pero la suerte de todos siempre cambia.
Algunos días, sin embargo, me gustaría mudarme a las páginas de un libro de Jane Austin o Charlotte Brontë.
Yo no me mudaría a esas páginas ni a esa época ni por todo el oro del mundo.
ResponderBorrarDe entrada olían bastante mal por la falta de higiene personal, circunstancia esta sobre la que se pasa de puntillas tanto en los libros como en las películas.
No había pasta dentífrica y me temo que tampoco un servicio eficiente de aguas residuales.
Y en cuanto al romanticismo pues tampoco me parece demasiado atractivo, incluso si me fijo con atención la mayoría de personas de esa época no parecen estar bien de la cabeza.
Creo que si hubiera tenido que vivir en esa época me hubiera gustado ser verdugo y trabajar sin descanso de sol a sol.
Besos.
jajajaja
ResponderBorrarConcuerdo con casi todo.
Gracias, Toro (me encantó lo de ser verdugo y trabajar sin descanso!).
Besos.
Tampoco yo me mudaría a esas páginas, otra cosa es que pasaría mucho tiempo con ellas en las manos... Mi escritora favorita es Jane Austen, pero no me atrevería a decir que sus novelas son románticas: al contrario, están apegadas a una realidad apabullante. Besitos, marcela.
ResponderBorrarEs verdad, Isabel, y también es una de mis escritoras favoritas.
ResponderBorrar¿No pasarían ni un ratito en esa época? Si me aseguraran que puedo volver, unos días, me quedaría en ese tiempo.
Besos y gracias!
Sería toda una experiencia, y solventarías muchas dudas. Y me dejas pensando a qué libro me trasladaría yo, cosa que hasta hoy nunca me había planteado, la verdad.
ResponderBorrarEs que los libros son los que nos permiten soñar y pensar más allá. Y estoy de acuerdo en ese romanticismo no necesario u obvio.
ResponderBorrarBesos.