miércoles

La muerte prohibida


Todos le tememos, en mayor o menor medida a la muerte. ¿Qué clase de seres no temerían el perder lo conocido, lo cercano, las luces habituales, las sombras amigas y hasta los imprevistos pero lógicos encuentros en las esquinas?

Fue esa la razón por la cual Edgardo se alegró al principio, al comprender que no podía morir.

En realidad, él suponía que no era inmortal, porque cuando se lastimaba sangraba y tardaba en cicatrizar como todo el mundo: indudablemente era mortal, pero después de varios intentos de suicidios fallidos, comprendió que la muerte, para él, al menos en esos momentos, le estaba prohibida.

Se arrojó desde el balcón del departamento de su abuela, en un quinto piso, y las ramas de un árbol detuvieron la caída transformándola en un ridículo gag, como de comedia física. Solo se quebró una pierna. El caso tuvo cierta cobertura periodística. Algunos quizás aún lo recuerdan. El dijo que se había caído y le creyeron.

Unos días más tarde decidió arrojarse bajo un tren. Un accidente varias estaciones antes, detuvo el servicio tantas horas que Edgardo se aburrió de esperar y regresó a su casa, resignándose a continuar viviendo un tiempo más. El arma con la que decidió acabar con su existencia se negó a funcionar y después de un largo rato intentando repararla la arrojó a la basura furioso.

Analizando el tema del sangrado, pensó que cortarse las venas era una forma factible de conseguir su objetivo, pero un familiar lo encontró en medio del asunto y fue internado en un hospital, para ser atendido por un reconocido psiquiatra. Fue en ese tiempo de reclusión que él comprendió que no era lógico que todo intento de suicidio por una razón u otra fallara, había algo interesante de analizar en eso, pero no con el psiquiatra, sino solo, en las largas noches aburridas del hospital, rodeado de los locos que comprendían lentamente, como él mismo (un normal loco más), que la vida no era tan simple como los no locos la creían. Honestamente, de tanto intentar morir, Edgardo hasta había olvidado las razones para desear matarse. Quizá no fueran tan importantes, después de todo.

Esa idea de inmortalidad falsa le dio ánimos un tiempo. El psiquiatra atribuyó a su tratamiento el optimismo que súbitamente inundó a su paciente, pero Edgardo sabía que no había tenido nada que ver, era solo el entusiasmo de buscar una explicación a lo que le sucedía.

Como un experimento, al salir del hospital, Edgardo cruzaba mal las calles y los autos se detenían chocando inclusive entre ellos pero sin rozarlo. Las macetas que caían de los balcones rompían las leyes físicas para desviarse de su curso y no impactarle en la cabeza. Era fascinante vivir de ese modo.

Pero con el paso del tiempo, el optimismo se desvaneció y la muerte pasó a ser un trofeo inalcanzable. Aunque no la deseemos, la posibilidad de la muerte, debe existir. Debe ser posible morir.

Edgardo se preguntaba: ¿por qué el destino conspiraba para impedir que cruzara esa barrera? ¿Qué maleficio lo ataba al mundo? Los demás morían con tanta facilidad: ancianos, niños, hombres, mujeres, muchos lamentando ese suceso, llorando, gimiendo, todos mostrando lo frágil que era la existencia humana, lo fácil que se cerraba la puerta de la vida pero no para él.

Estaba atado al mundo. Estaba empantanado en el mundo.

¿Y si había un Dios mirándolo, y lo estaba castigando por los intentos de suicidio, por el desprecio velado al regalo de la vida? Era ridículo ir a rezar para que le devolvieran la posibilidad de morir y al mismo tiempo jurarle a Dios o a quien fuera que no se la quitaría, que esperaría pacientemente el momento señalado por el destino.

Y así, entonces, siguió Edgardo viviendo (¿era eso lo que deseaba al final, era su falsa inmortalidad la excusa para no morir, para atarse a la vida?), preguntándose si alguna vez, de casualidad, aunque fuera, moriría al fin.

12 comentarios:

  1. debo decir que edgardo en un momento, me recordó a la suicida de delicatessen...
    ahora me digo,
    en general cuanta voluntad que empleamos en nuetros actos, creyendo en un fin que como este muchcho nunca conseguimos

    te dejo mil besos

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  2. Excelente MArcela, un relato impecable. Pobre Edgardo, ni morir en paz podía. Aunque quizás sí, necesariamente tenía (por alguna u otr razón) que atarse a la vida.
    Francamente en algunos pasajes me causó gracia el relato, sin quitarle seriedad, por supuesto.
    Muchos cariños!!!!

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  3. Me recordó a la historia de nuestras vidas... pero justo al revés.

    Fantástico relato.

    Un abrazo desde el ocaso.

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  4. Pobrecillo.
    Que tragedia debe ser querer morir y tener que seguir viviendo.
    Suerte que es ficción.

    Besos.

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  5. Estimada amiga, la muerte te llega porque estabas allí, no te viene a buscar, es esa incognita que en el momento que más descuidado estás, te golpea en la cara.Mi padre decía que en la guerra las balas silbaban a su alrededor y sabía que podía morir en cualquier momento.Le atropelló un coche en una acera, porque estaba allí. Ceneme

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  6. Muy bien escrito, me ha atrapado el texto.

    Lo del tren o tirarse desde un quinto, la verdad tener valor para eso y que no funcione.

    Tal vez como dices al final por alguna acción fortuita cuando no lo busque, es cuando suceda lo que busca.

    Abrazo

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  7. Atractivo hilado de paradojas. La vida y la muerte como dos ineludibles unidos por fracasos suicidas. Ajitofel arguye, con la prolijidad de no precisar tiempos, que los suicidas están todos muertos. Para mí un suicidio no es más que falta de paciencia por la muerte o de curiosidad por lo que hubiera pasado de no matarse.

    Viva Edgardo… ya inmortal entre tus letras.
    D.

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  8. Es que así es el deseo, deseamos lo que no tenemos, ni podremos tener.

    Besos.

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  9. Uno ni piensa en eso, pero de solo imaginarlo, da escalofrios, perdurar eternamente y ver como va pasando la vida, el mundo, los seres queridos, debe ser trágico.
    Supongo que en algún momento uno se cansará de vivir.
    Besos

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  10. Ojalá que encuentre su tan ansiada muerte, no dudo que lo peor de la inmortalidad debe ser lo previsible que es todo con el paso del tiempo y el insoportable aburrimiento que debe de traer aparejado.

    Besos!

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  11. Que tema es este de la muerte.
    Será por que no hay registros de que ocurre después que nos vamos, solo conjeturas y promesas de origen religioso.
    Sabes me di cuenta que estas palabras son increibles, pero me ayudaron a recordar cuantas cosas me faltan por hacer,lo demas lo dejo en manos del destino...

    Le diría a Edgardo que si pudiera elegir, lo haga con la sonrisa del que recuerda sus picardías, sus logros, sus pasiones etc.
    Que elija dormirse con dignidad.

    Dejame decirte también que es una historia muy profunda y con una foto que acompaña de maravilla.

    Bsos Marcela.

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